Reconozco que yo llegué tarde al mundo de Apple. Hace menos de tres años, ya con treintaylargos, me pasé al lado de la manzana. Desde siempre, como todos, había tenido un PC con Windows en casa, desde el Windows 3.11 (lo se, ha llovido mucho), pasando por el 98, XP, Vista, 7 y ahora, hace un par de semanas, Windows 8. No voy a contar nada nuevo que todos no sepamos ya de Windows. Su familiaridad en el uso de las ventanas y los iconos, sus cambios de aspecto, su lentitud, sus cuelgues, sus asistentes, sus famosas pantallas azules, sus peticiones de intervención por parte del usuario, su facilidad para instalar programas, su Registro, su consola de MS-DOS, su explorador de archivos, su navegador por excelencia, su Office pirateado, su Photoshop pirateado, sus virus, sus reinicios y sus reinstalaciones.
Durante la carrera pude tener un contacto fugaz con el sistema operativo de Apple. En uno de los laboratorios teníamos unos cuantos equipos “de esos raritos”, con un ratón de un solo botón (¿a quién se le ocurre?), ¿y ese sistema tan raro? ¿dónde están mis ejecutables? ¿donde están mis programas de toda la vida? ¡estos de Apple!
Siempre veía a los Mac en las pelis americanas, asociados siempre a un entorno de trabajo orientado a gráficos (ilustradores, animadores, etc.) o bien en un entorno familiar con un portátil blanco con la manzana en la tapa, que lo usaba la típica adolescente rubia sureña en la típica habitación de la planta alta de una típica vivienda unifamiliar en un barrio de las afueras, de maderas blancas, con un porche estupendo y unos jardines más cuidados que el césped del Estadio de Gran Canaria. Hace quince años, en Canarias, muy poca gente usaba un Mac en casa, y los que lo hacían eran una casta privilegiada. ¿Por qué me voy a comprar un ordenador tan caro y en el que apenas puedo instalar lo que yo uso? ¿Como voy a instalar mis juegos, mi Word, mi Excel, mi Powerpoint? ¡Ah! ¿que no existe eso en Mac?, ¿y entonces que usan?
La mayoría hemos crecido y vivido en un entorno dominado por Microsoft. No porque fuese el mejor sistema, sino porque fue el que mejor se supo vender. Consiguió una cuota de mercado tan elevada que se tomó como el estándar y prácticamente único sistema operativo doméstico, al menos a este lado del charco. Pero poco a poco, la manzana fue comiendo terreno. Muy probablemente con productos como el iPod, bastante más comunes que los ordenadores, la gente se fue acercando a esa marca “tan chula”. Y con un poquito de allí y otro poco de allá, la gente le fue perdiendo el miedo a “ese nuevo mundo”. Yo lo hice hace unos tres años, mucho después de licenciarme en Informática, mucho después de haber estado programando sobre sistemas Windows, mucho después de haber ocupado algunos cargos de responsabilidad en departamento de tecnología, donde Windows imperaba. Y desde entonces, nada ha vuelto a ser lo mismo. Soy un adepto, lo reconozco. También reconozco que me costó un poco entrar. Enfrentarse por primera vez a Mac OS X después de haber estado más de 20 años con Windows es todo un reto, aún dedicándome a esto de los ordenadores. Me costó unos días. Olvidar gestos comunes de Windows no es nada fácil. Pero al final lo he conseguido. Y ha ocurrido el efecto contrario. Ahora veo a Windows como el raro. Sigo teniendo mi Dell de sobremesa con Windows, que por cierto, acabo de instalarle LEGALMENTE el flamante Windows 8 y va como un tiro. Creo que con Windows 8 Microsoft ha hecho algo realmente distinto, más fresco, con nuevas ideas, y sobre todo lo ha hecho con una política de precios más razonable. Así sí.
Pero bueno, mi PC con Windows, ahora “el raro”, lo tengo más como algo de emergencia. Cuando alguna web, por alguna razón, no me funciona en mi Mac voy y la pruebo en Windows y muchas veces funciona. Vete tú a saber por qué. Bueno, más o menos me lo intuyo, muchas veces son problemas de una programación orientada a Windows y sobre navegadores muy concretos. Ahora voy a reuniones y veo a gente con un portátil Acer o Dell o Toshiba o Sony Vaio (también llegué a tener uno), equipos muchas veces enormes (al menos me lo parecen), muy ruidosos, muy lentos, con cargadores muy pesados que pueden provocar accidentes en medio de una sala de reuniones. Y yo voy con mi MacBook Pro plateado, fino, elegante, silencioso, con un cargador ligero, con el Magic Mouse a su lado y no se, pienso en ellos como “¡pobrecitos, aun con Windows, que horror!”. Igual me ha salido mi punto de esnob, supongo que todos tenemos un lado de esos. O simplemente se trata de que, como en el anuncio del detergente Colón de la época, he buscado, he comparado y como he encontrado algo mejor, lo he comprado. Sin más. He ganado en experiencia de uso, en velocidad, en seguridad (no exenta de virus), en tranquilidad. Me siento bien con Mac OS X y ya no siento lo mismo cuando me pongo frente a Windows. Sí, es como si fuese tu novia de toda la vida, pero claro, como no conocías a otras no sabes lo que “había fuera”. Yo he conocido a otra, y me gusta más. De todas formas, hemos quedado como amigos, sigo guardando su número en mi agenda, por si las moscas.
Foto de Flickr bajo licencia CC. Autor: chaos
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